el abogado

Tan solo conozco tu habitación, aún así te imagino a través de esa inmensa ciudad callejeando a la carrera sobre tu moto en el espacio de sortear posibles multas, entre interminables horas de asignaturas con mayúsculos mamotretos de leyes y códigos por memorizar y, te imagino, en un trabajo eventual con el pagar el dietario presente.

Te bosquejo en finas vírgulas encima de tu cama reflexionando en el desvelo de las sombras cómo la vida puede golpear fuerte indistintamente de atesorar pocos años en el haber y balanceándote en una carcajada amarga de aquello que versa acerca de que el todopoderoso no ahoga, sin embargo bien adviertes el acontecer en el arrastrar de las agujas de tu reloj que no consiente el aminorar.

Sobre esa cama sé que devoras libros inspirando tus letras que de manera minuciosa tecleas en una historia que ya tiene segunda parte. Ojeas alguna película que te mola de verdad o te aburren hasta el hartazgo para así matarte a pajas pensando en mí o en cualquier otra que compartiera las sábanas enredadas entre tu boca y tus largos dedos. Esos mismos dedos que devoran a grandes bocados las horas acariciando las cuerdas de tu guitarra en acordes de blues e improvisación.

Me pregunto el porqué de tu elección por la abogacía; me gusta creer que es en pos de despedazar los estereotipos de la codicia y la mentira. Dices que no quieres ejercer, que cuando termines te aguardan infinitud de lugares del mundo por gozar y sé que así acontecerá siempre y cuando el hálito de la ventura sortee el caprichoso devenir de las hilanderas del endiablado destino.

manifiéstese a su antojo