el banco

Sita en el costado izquierdo al fondo del parque junto al inmenso magnolio; lo suficientemente retirado con el deseo de no ser advertida, sin embargo, con una ubicación privilegiada ideal como observatorio particular de todo lo que cada tarde allí acontece. Lo conforman listones de madera ajada por las inclemencias de las estaciones, la escasa pintura verdosa que aún perdura se descascarilla al tacto y un batiburrillo de inscripciones grabadas lo cincelan a modo de indicativo de los transeúntes acomodados en el ínterin del tiempo sobre él.

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el parque

Como buen ciudadano que soy de este terruño, hoy al igual que mis compatriotas, gozo de tres mil seiscientos segundos para la práctica de deporte individual o un único paseo con una distancia no superior a cien mil centímetros respecto a mi domicilio tras largos días de confinamiento.

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asueto

Ahora viene cuando aflojo las historietas de mi tan apetecible descanso laboral durante deliciosas horas de pura y dura holgazanería. Sin embargo, nada más lejos de mi paupérrima realidad que me compele a la perecedera imposibilidad para esfumarme de pelmaza fecha festiva pletórica de fragorosas verbenas emperifolladas con turbas de abejorros fracturando la quietud de la aldea desde donde respiro.

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la canica

En el transcurso de una milésima fracción de segundo una canica en su diligente marcha delinea tras su desplazamiento una imperceptible muesca sobre el albero del rincón del parque antes de atizar con fuerza a otra canica impulsándola fuera de la demarcación del juego originando un chasquido seco percibido por el perro que sosegadamente dormita a los pies de un señor que no es su dueño, el que a su vez descansa junto a un libro a la espera de alguien que no llega tres bancos más allá del clausurado establecimiento de ultramarinos que tiempo ha disfrutara de su máximo prolífico auge abasteciendo de aprovisionamiento más de un cuarto de centuria antes de incoar la mengua con rumbo al deterioro.

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el niño

Una descomunal vitrina atestada de indeterminables coloridas golosinas embellece la añosa portada de madera del almacén de despacho de caramelos y bombones en la plazuela del parque cuyo umbral nunca ha sido franqueado por la mirada del niño que cada tarde al pasar por delante imagina cada vez algo diferente en su misterioso interior, algo siempre asombrosamente fascinante para darle una extraordinaria sorpresa, mientras la mujer que le escolta tira con pesar de su mano para que no se embobe en demasía en su apresurado trayecto de ida.

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el intelectual

A escasos metros de mi banco en el undécimo velador del exclusivo cafetín del parque el séptimo día de cada semana de cada mes del año, puntualmente, se instala un ocupante del mismo inmueble que habito. Con aire envanecido luce su prestancia sencilla erradicando la exuberancia y absorto en su dispositivo móvil inteligente desde el que comparte todo su equilibrado proceder sano y adoctrina acerca de un consumo responsable en un alarde de ingenio, conectando consigo mismo, degusta un cocimiento aderezado de dos cucharaditas rasas de hojas de té negro orgánico, cuatro semillas de cardamomo, un clavo aromático, una pizca de jengibre rallado, una ramita de canela adornado todo ello por una diminuta nube de leche vegetal.

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