A escasos metros de mi banco en el undécimo velador del exclusivo cafetín del parque el séptimo día de cada semana de cada mes del año, puntualmente, se instala un ocupante del mismo inmueble que habito. Con aire envanecido luce su prestancia sencilla erradicando la exuberancia y absorto en su dispositivo móvil inteligente desde el que comparte todo su equilibrado proceder sano y adoctrina acerca de un consumo responsable en un alarde de ingenio, conectando consigo mismo, degusta un cocimiento aderezado de dos cucharaditas rasas de hojas de té negro orgánico, cuatro semillas de cardamomo, un clavo aromático, una pizca de jengibre rallado, una ramita de canela adornado todo ello por una diminuta nube de leche vegetal.
A su lado, la artífice de dicha infusión elaborada con exacta paciencia con que aguarda un omitido «gracias» originario de su voz se retira tras la barra ignorada y, mirándolo sin mirar, lo imagina en la tranquilidad de su hogar a media luz entre letras de Kafka o películas japonesas con subtítulos. Lejos de la realidad, mis noches son martirizadas repetidamente, una vez tras otra y otra vez, por los acordes de Más de lo que piensas declamados por el ensamble musical de semejante sonido a un felino indigesto de helio que escapan del undécimo apartamento donde se instala el ocupante del mismo inmueble que habito —no le juzguemos—.
En un alarde de ingenio y tras una ardua pesquisa, fundo a su titularidad el ateneo de simpatizantes del excompositor del ensamble musical de semejante sonido a un felino indigesto de helio y convoco una multitudinaria tertulia reivindicativa para la readmisión del susodicho a la banda, puntualmente, el séptimo día de cada semana de cada mes del año en el exclusivo cafetín del parque donde aguarda un omitido «gracias» originario de su voz con exacta paciencia con que es elaborado el cocimiento que degusta.