En la introspección de mi raciocinio jamás recurro a embelecos.
Me enervan aquellos que no tienen dudas y respiran colmados de incuestionable certeza; los que se aferran con firmeza a sus convencimientos por encima de los de cualquiera; los que juzgan sin conocimiento de causa porque están comidos de prejuicios obsoletos que les impiden concebir otra realidad desemejante a la que manejan.