la rutina de la molestia

En la introspección de mi raciocinio jamás recurro a embelecos.

Me enervan aquellos que no tienen dudas y respiran colmados de incuestionable certeza; los que se aferran con firmeza a sus convencimientos por encima de los de cualquiera; los que juzgan sin conocimiento de causa porque están comidos de prejuicios obsoletos que les impiden concebir otra realidad desemejante a la que manejan.

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la rutina del silencio

Tantas cosas me he enseñado y de nada me ha servido.

Y a ratos la rabia de no saber y querer me reconcome pero cuando la totalidad de ti mismo se apocopa a la incapacidad de experimentar apetencia lo único que puedo hacer es avenir la congruencia de ejecución entre mis pensamientos y mis hechos adentrándome en el silencio de esta vida autómata que vivo sin convencimiento.

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la rutina del anhelo

Enmudecidamente impresionada observo el enigmático palpitar ajeno.

Y, a estas bajuras de la película donde el desencanto brilla por su hábil presencia, he de confesar que de existir algo que suscite verdaderamente mi atontada curiosidad, ese algo, es sin reparo alguno el actuar en la conducta de mis congéneres; no tanto por el fundamento del bien o el mal conforme a mi entender sino más bien por el discernir personal de cada cual.

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la rutina de la comprensión

Adentro mío usufructo todo lo bueno y todo lo malo de este mundo.

Quizá, por ello sea tan lúcida de aquello que no soy, que jamás seré desde la tranquilidad que confiere no hesitar al respecto resulta de mi asaz curtida ralea más execrable e inalterable que conservo bajo llave en el intento de no lastimar a los que, de una manera u otra, intervienen en mi historia.

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la rutina del miedo

Un cuento aún por escribir.

Bonita frase para dar arranque a otro puñado de letras en el designio de organizar otra anotación de estos pensamientos anárquicos que pernoctan a su libre albedrío en mi extenuada sesera sino fuera porque, esa bonita frase, es la definición escrupulosa a la que se extracta mi sobria existencia en la que a menudo tengo la desagradable sensación de personarme a deshora; unas veces por el entretenimiento del amenizar en descuidarme y otras tantas por la rutina del miedo en dejarme ser, sin plagar por ello mis vivencias de sinsabores, frustraciones o demás pesares para no dormir.

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