Tantas cosas me he enseñado y de nada me ha servido.
Y a ratos la rabia de no saber y querer me reconcome pero cuando la totalidad de ti mismo se apocopa a la incapacidad de experimentar apetencia lo único que puedo hacer es avenir la congruencia de ejecución entre mis pensamientos y mis hechos adentrándome en el silencio de esta vida autómata que vivo sin convencimiento.
Harto intrincado resulta desatar lo poco que anida ileso de la vorágine de ser arrasada la inocencia de manera desalmada legando en lo más profundo de ti tan solo eso, un mísero vacío con el que aprehender a respirar ascético de dramatismo.
Y si algún convencimiento puedo demostrar como irrefutablemente certero en medio de estas inagotables dudas mías es la imprudencia de no ser cuidadosa en la derivación del intervenir para con el prójimo amamantando en exclusividad a mi envanecido ego.
Así pues, cuando tomé conciencia de las secuelas de mis actos y digerí que el mundo a mi lado es una verdad a medio contar, una perpetua espera de algo que de ningún modo llega, una ilusión que entristece porque jamás será consentida; en un sueño al revés guardé en mi chistera todas mis alocadas primaveras con el empeño de no reincidir en asolar a quien con alguna disposición pretendiera estar a mi vera. Y no será mi persona quien rebata que roza lo cruel imposibilitar el acontecer y que a veces, más de las que quisiera, pues duela pero tan solo me resta hacer frente y ser consecuente de mis carencias.
Y con esto no afirmo que a día de hoy diérome por perdido y que haya lugar para la conformidad de rendirme por pelear a ver si puedo porque detrás de este silencio palpita una esperanza que siempre te espera.