[064]

A veces falto de vacilación me cuelo en el portal de un edificio desconocido. Mi inalterable trayectoria se encamina hacia los buzones y tras una rauda inspección —dispuesta por un rigurosísimo reglamento ahora vasto de exponer y siempre ante notario— mis hábiles dedos sustraen una carta por la ranura del casillero seleccionado, a ser posible remitente de la entidad financiera predilecta del propietario del susodicho.

Hallado un espacio libre en el sobre de dicha circular, redacto siempre el mismo texto para acto seguido devolverla a su lugar correspondiente: ‘Llevo años observándote sin decir nada. Sé a lo que te dedicas cuando crees que nadie te ve. (Nombre del titular para dispensar cierta familiaridad), haz el favor de comportarte o me veré en la obligación de tomar cartas en el asunto’.

[063]

Desde la cristalera de mi despacho se puede ver la máquina expendedora del ala sur del edificio y desde aquí te examino mientras tanto unos pasos atrás de mí alcahuetean acerca de como perdiste los papeles al sorprender a tu mujer en la cama con otro.

La máquina se traga la moneda sin dispensar el café que pareces necesitar. Te miro como descansas tus manos sobre el cristal de la condenada máquina conteniendo la compostura como acostumbras bajo ese aire educado. Respiras hondo. Al volverte me encuentras observándote desde las alturas y esperas encontrar cierta complicidad que nunca hemos tenido cuando nos cruzamos por los pasillos.

No aparto la mirada mientras bebo de mi taza el café humeante y te veo desaparacer por las escaleras como si ignoraras que tu vida es la comidilla de la oficina. Qué te jodan, murmullo entre dientes antes de volver a beber para regresar al trabajo.

[062]

Se precipitó a mitad de la noche en busca de una tasca que aún tuviera a bien despachar algún bebistrajo que calentara sus huesos. Una tasca en una calle dondequiera de una ciudad cualesquiera en la que dar cobijo a tanta bajeza.

Poco importa el sitio donde puedas apretar las penas entretanto sea el mismo manto quien te envuelva.

Grita en su cabeza si habrá alguien que le escuche ahí afuera.

[061]

Se enrollan durante horas y personas las palabras tañidas entremedias de las cuerdas de mi garganta y que ya apenas reconozco de lo frívolo que es todo. Aún así las visto de gala y me convierto en una voz amable que desfigura lo poco que me interesa vuestra existencia.

Soy un hipócrita.

Brillante, lo sé.

[060]

Agobiado. Molesto. Bueno no, agobiado como una de esas ratas que corren y corren en una rueda sin fin o deambulan entremedio de un laberinto del que jamás encuentran la salida. Pues eso, agobiado como una rata salgo a la calle.

Salgo a la calle a encontrarme, salgo a cruzarme con alguien, a dejar de existir. Salgo a emborracharme para dejar de mentir, para olvidarme de volver a ser quién fui porque si te miro a los ojos tan solo me veo a mí.

[059]

Y duele más los sueños que se precipitan en el despertar de la imposibilidad y la esperanza se encierra en un cuarto oscuro de un sótano que nadie sabe dónde está y el deseo se cansa porque no recuerda cuándo fue la última vez que recorrió su cuello la sinceridad y la ilusión ahora va y ya no respira y de nuevo recojo pedazos de mí y ya no quiero nada, ¡ea!

Y si tú…

Y si yo…