A veces falto de vacilación me cuelo en el portal de un edificio desconocido. Mi inalterable trayectoria se encamina hacia los buzones y tras una rauda inspección —dispuesta por un rigurosísimo reglamento ahora vasto de exponer y siempre ante notario— mis hábiles dedos sustraen una carta por la ranura del casillero seleccionado, a ser posible remitente de la entidad financiera predilecta del propietario del susodicho.
Hallado un espacio libre en el sobre de dicha circular, redacto siempre el mismo texto para acto seguido devolverla a su lugar correspondiente: ‘Llevo años observándote sin decir nada. Sé a lo que te dedicas cuando crees que nadie te ve. (Nombre del titular para dispensar cierta familiaridad), haz el favor de comportarte o me veré en la obligación de tomar cartas en el asunto’.