cronos

Un puñado de caramelos mentolados extra fuertes sin azúcar sobre la mesita baja del salón revueltos con los envoltorios de los que únicamente me he alimentado los últimos días. Cascos de botellas vacías desperdigadas aquí y allá según han ido cayendo sin empapuzar siquiera esta sequedad adusta de mi boca y ya apenas distingo entre el mal olor de mi desatendido aseo y el corrompido aire de la estancia.

Siete pastillas. Siete comprimidos todos los santos días. Unas para despertar y adormitar mis sentidos. Otras para activar no sé qué parte de mi cerebro, otras tantas para equilibrar la escasez de vete a saber qué y una sola para regir mi hábito con mesura, para poder ser uno más afanado en tener éxito y controlar los acontecimientos, mi vida y las de los demás.

Terapia dos veces por semanas con unos de los mejores especialistas, yoga los martes por la tarde, comida familiar domingo mediodía, quedada con los compañeros de trabajo jueves al finalizar la jornada para despacharnos bien a gusto sobre el incompetente del jefe, pádel viernes a las diez, natación tres días alternos, sábado plan a determinar en el último momento, sexo ocasional y a discreción, comidas de trabajo, llamar a mi madre, quizás, llamar a un amigo para un ‘a ver si nos vemos’, impresos de publicidad atascados en el buzón, lectura antes de dormir, vacaciones en algún lugar a tomar por culo, capítulos de series entremezcladas, unos tiros en el cuarto de baño de un asqueroso antro donde las copas son de garrafón, alguna tarde perdida en el cine o alguna escapada de fin de semana para volver más agotado si cabe, masajes para aliviar la contractura por mala postura corporal, listas de música en mitad de un atasco, correos electrónicos importantes, whastapp sin enviar, clases de guitarras abandonas entre millones y millones de cosas por hacer para así no echar cuentas a este insondable vacío.

Lo intento, de verdad que lo intento como si en esta ocasión el tic-tac de mi inevitable realidad no se precipitase en mi contra como un kamikaze suicida a punto de inmolar pero siempre vuelve la pregunta que devora todo, que jamás halla respuesta; ¿desde cuándo un ser vivo ha de obligarse a confeccionar su existencia?

manifiéstese a su antojo