Una gruesa capa de nieve colma el alféizar de la ventana y el paisaje de un parque blanquecino se estampa deshabitado a través de la única ventana. Una cama, un escritorio con una solitaria silla, el office y el aseo hace las veces de vivienda que poco o nada más necesita para llamarlo hogar.
Algo más de dos mil kilómetros en línea recta le separan de ese alféizar colmado de nieve y desde la misma ventana, en la que descubrió aquella realidad ajena, persiste en asomarse para observar lo que a cuentagotas quiera mostrar.
Incapaz de recordar cómo dió con aquel espacio, sí recuerda que hace ya años le atrapó todo lo concerniente al modo de expresar sus pensamientos, la particular manera de cómo exteriorizarlos sin temor a nada. Ha de confesar que en ese puñado de años aprendió más de la vida y de su sentir que todos los abriles de hogaño que le hacen compaña; sin embargo antes debía de aprehender que sus sentimientos no tienen nada de perverso para así presentarse tal cual es.
Cosió a sus costados esa voz porque comenzó a estar detrás de todo lo que quiere para sí y, quizás, sabe sin saberlo que está tan cerca de llegar que se le abre un vértigo en la boca del estómago pero el miedo ya no aprieta, ni exige, ni mucho menos conmina.
Podría decir adiós sin volver a asomarse a aquella ventana, podría haber olvidado o podría haber huido porque sabe muy bien existir en el más absoluto vacío, pero se queda un poco más ya que se niega a marchar y aún así le esperará.
Está aquí por elección.
»With or without you, Tanya & Dorise.