Me basta y me sobra con notar la ojeada de reprobación del camarero mientras rellena mi copa para saberte ahí afuera de nuevo bajo la lluvia, impasible, tras la cristalera contemplando la noche parpadear ante tus ojos en el viajar sensual de una mano desconocida por mi espalda invitándome a explorar cómo es otra cama, cómo suda otro cuerpo y enfurecida arañas con todas tus fuerzas lentamente los nudillos por la pared para calmar tu cobardía.
Siempre tan patética, aguardando a mis manos para empezar a existir. Alguien debería decirte que el peor día de tu existencia se ha convertido en un día cualquiera de tu vida porque los malos sueños mierdas son que nada dejan y de nada nunca hay vestigios.
Ya hemos estado aquí en demasiada ocasiones y me cansé de jugar. Te rogué que no me dieras nada que no pidiera y te creí más inteligente cuando aseveraste dominar el libar del calor de la carne. Sí puedo decir que yo nunca mentí y, es mas que probable, que en mí encuentres a la persona que más te entregó sin nada que ver con esas falacias amorosas acomodadas en eterna garantía que tanto persigues en mi boca y que de ningún modo pronunciarán.
Ahora solo siento algo asqueroso por tu alma enferma de lo que tú estimas qué es el desamor, deambulando a la espera de ser rescatada de no sé que hostias que no puedas hacer por ti misma porque carezco del interés y aún más de la habilidad para ello. Me da lo mismo como te encuentres cuando acabe contigo, no me concierne lo más mínimo tu historia como tampoco me importa el precio. Pagaré pese a que no pienso saldar la valía con lágrimas. Culpa a este maldito hijo de puta que todo prueba con tal de alargar las noches pero que nunca se emborracha para olvidar; así que no me preguntes qué pretendo, bastante hago con llegar vivo y no voy a considerar algo que ni tan siquiera tú eres capaz de respetar.
Apuro la copa y me despido de mi reciente conocida con un breve ‘te mereces algo mejor’. Al alejarme del local, como es de prever, sales a mi encuentro. Sin titubear un segundo te sacudo un revés en tu mejilla donde antes eran caricias y arrastrándote por el brazo los escasos metros que nos separan de un taxi próximo, te empujo en su interior concediéndote la justificación pertinente para que me odies de por vida lejos de esta calle en la que observo como desapareces para siempre llevándote junto a ti todas mis ganas de sentir.