la loca de las pinzas

La conocí en la terraza de un bar en la calle Valparaíso esquina con Felipe II, barrio del Porvenir. Era inevitable no fijarse en ella con aquel gesto de calma dilatada mientras jugueteaba con una pinza para tender la ropa, de esas, de madera algo manoseada pero que custodiaba como si de un preciado tesoro se tratara.

La observé con el mismo cuidado que un niño cuando su incomprensión desentraña un trebejo extraño a su bisoño mundo y, aún así, le resulta jodidamente fascinante. Me embelesé en el juego de la pinza entremedias de sus huesudos dedos y al cruzarnos las miradas sonrió con cierta complicidad y con una voz decidida alejó al silencio de la ruidosa calle preguntándome si alguna vez había visto una foto de mezcla de pinzas de madera con pinzas de colores. Le dije que no era algo complicado de encontrar, pero enmudecí a medida que me contó qué ese era el vuelco de su mundo interior.

Años ha, coincidió con un tipo que sin haberse conocido compartieron un fugaz parloteo en un mismo lenguaje de incomparable intensidad que le sacudió en lo más profundo de las entrañas donde todo es certeza. Me habló de cómo se moría por conocer la historia de esa fotografía de aquellas pinzas que eran un guiño de la primavera que estaba por llegar; de cómo se negó a echarlo en el olvido a pesar de haber podido; de su deserción desde entonces hasta la fecha de abrazos ajenos y caricias extrañas a él; de la carencia de arriesgar, de tardar en buscarlo o de no hallar el modo de hacerlo, tan solo una mera referencia de aquella ubicación que en fines de semana exenta de faena le posibilitaba estar a la espera con la esperanza remota de verle aparecer en algún momento por allí.

No puede evitar pensar en Penélope media vida sentada en aquella estación y, como si hubiera podido leer mis pensamientos, me aseveró que esa clase de evidencia tan solo se da una vez en la vida por lo que tenemos la responsabilidad de, jamás, malgastarla. Y ahí estaba ella intentándolo con todas sus fuerzas.

Es difícil decir, pero se me antoja que llegará el día que se reencuentren siendo esa casualidad indescifrable que podría no acabar nunca o comenzar una y mil veces de nuevo.

manifiéstese a su antojo