Me acabo de percatar de una notificación de esta mierda en la que se me felicita porque, tal día como anteayer, se ve que dispuse dar forma a este ignoto espacio y que a pesar de los pesares persisto en el intento.
Intuyo que una decisión muy acertada cuando es argumento para subrayar aniversario a festejar entre mi persona y mi gestor de contenidos. Vaya… no quepo en mí de gozo.
Lo cierto es que a ratos arañados me planto delante de esta maldita pantalla obligándome a practicar una jerga impropia en mi dicción cotidiana y combatir una trepidante dislexia entrenando pensamientos que me golpean en búsqueda de salida; absurdos escritos atestados de sutiles referencias para ese futuro día que me dé por repasarlos; galimatías de silencios que nada expresan porque, obviamente, no anoto todo lo que pienso ni soy todo lo que rubrico.
También, desde esta misma maldita pantalla, merodeo a mis anchas por otros muchos espacio donde desconocidos confían reflexiones de las que me valgo para alimentar mi curiosidad del porqué humano de la manera más egoísta sin ser participe ni dejar rastro, básicamente, por carecer de algo interesante o ingenioso que declarar máxime cuando en su totalidad perpetúan sobrado testimonio acerca de la despreciable egolatría descomunal aburriéndome hasta ansiar una cruel sepultura de mi organismo vivo y consciente en todo momento.
No obstante, existen fascinantes singularidades que paladeo embelesada, sintiendo mi desorientación en mitad de este maremágnum con la certeza de no estar sola y recordándome defender la esperanza en todo este fraude. A esos escasos dijes doy las indecibles gracias por tomar prestadas sus letras secretamente y no sé, pero igual si alguna vez dedica su lectura por este desolado rincón, aquí, ahora, le dejo un abrazo.