Qué de bueno hay en arrastrarte hasta el rebajamiento de los confines de tu temple de manera deliberada con afilados requiebros golpeando donde más te duele, estrujando vilmente sin clemencia tus debilidades en busca de una provocación para apaciguar esta rabia desvelada de lo que entiendo que de mí desprecias y el verbo que manejo se pervierte en malsana querencia.
Dime, qué de bueno hay en esto.