la rutina de la molestia

En la introspección de mi raciocinio jamás recurro a embelecos.

Me enervan aquellos que no tienen dudas y respiran colmados de incuestionable certeza; los que se aferran con firmeza a sus convencimientos por encima de los de cualquiera; los que juzgan sin conocimiento de causa porque están comidos de prejuicios obsoletos que les impiden concebir otra realidad desemejante a la que manejan.

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eros

Cuenta la leyenda que erase una vez que era una apartada aldehuela izada en un lugar tan, tan lejano donde la memoria no toma retiro y donde el silencio danza con sumo sigilo que ni los tambores más atronadores, ni la algarabía más fragorosa, ni tan siquiera los truenos más despiadados jamás lograron darle caza marcando, así pues, cada milésima de instante que sucumben uno tras del otro.

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cronos

Un puñado de caramelos mentolados extra fuertes sin azúcar sobre la mesita baja del salón revueltos con los envoltorios de los que únicamente me he alimentado los últimos días. Cascos de botellas vacías desperdigadas aquí y allá según han ido cayendo sin empapuzar siquiera esta sequedad adusta de mi boca y ya apenas distingo entre el mal olor de mi desatendido aseo y el corrompido aire de la estancia.

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bóreas

Bajo mis pies descalzos el suelo de mármol y frente a la ventana abierta de par en par dándole la bienvenida al gélido aireo, mi yerto cuerpo arrecido. Tan solo he de alargar la mano para alcanzar la frazada que descansa sobre la cama para así arropar mis carnes desnudas pero en un acto memorablemente imbécil por mi parte me empeño en permanecer firme.

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[063]

Desde la cristalera de mi despacho se puede ver la máquina expendedora del ala sur del edificio y desde aquí te examino mientras tanto unos pasos atrás de mí alcahuetean acerca de como perdiste los papeles al sorprender a tu mujer en la cama con otro.

La máquina se traga la moneda sin dispensar el café que pareces necesitar. Te miro como descansas tus manos sobre el cristal de la condenada máquina conteniendo la compostura como acostumbras bajo ese aire educado. Respiras hondo. Al volverte me encuentras observándote desde las alturas y esperas encontrar cierta complicidad que nunca hemos tenido cuando nos cruzamos por los pasillos.

No aparto la mirada mientras bebo de mi taza el café humeante y te veo desaparacer por las escaleras como si ignoraras que tu vida es la comidilla de la oficina. Qué te jodan, murmullo entre dientes antes de volver a beber para regresar al trabajo.