el abogado

Tan solo conozco tu habitación, aún así te imagino a través de esa inmensa ciudad callejeando a la carrera sobre tu moto en el espacio de sortear posibles multas, entre interminables horas de asignaturas con mayúsculos mamotretos de leyes y códigos por memorizar y, te imagino, en un trabajo eventual con el pagar el dietario presente.

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calle melancolía

Escogí aquel hotel de la ciudad, además de por su céntrica ubicación, por el estilo sencillo que dotaba de un carácter cálido a la estancia reservada. Aún así, solicité quitar toda decoración superflua que pudiera haber de por medio ya que al reencontrarme horas más tarde a solas conmigo misma no quería tropezar con ninguna complacencia entre aquellas cuatro paredes que no fuera otra que mi inherente melancolía.

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instantáneas

Un portazo. Como un portazo en mitad de la siesta que te sobresalta legando un vacío denso y raro que no logras soltar durante horas o días sintiéndote, así, como muy ajeno a todo. Pues esa misma sensación me ha retraído el examinar esa fotografía y, pese a que pretendiera dedicar todo mi afán a ello, me es imposible argüir el porqué.

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la vigilia

Hay noches como esta en las que el amanecer me pilla despierto asomado a las ventanas de la alta madrugada empapado de pensamientos carentes e imprecisos y con náuseas me revuelco entre sábanas sucias de miedo y de desespero y a minúsculos ratos me adormezco engarzando absurdos disparates con mis más locos deseos para luego, una vez despierto, nunca recordar lo que sueño.

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el superpoder

Creyéndome ultraplanetariamente guay, como todo ser chispeante que se preste, en mi cuestionario existencial también amparo el complejo desvelo acerca de qué superpoder adoptar llegada la coyuntura de ser afortunadamente avivado con tremenda premisa y, tras meditarlo concienzudamente, me decanto sin espaciosidad a duda alguna por la estupenda facultad de la invisibilidad.

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