[040]

Estaría genial que, creyéndome un dispositivo electrónico de esos inteligentes, con tan solo conectarme pudiera instalar en el lugar calibradamente provechoso de mi estúpido juicio algún innovador plugin que añada funcionalidad o amplíe mis deficientes disposiciones para que esos condenados días en los que uno no debiera arrancar el cuerpo del catre parejos a la esplendorosa jornada de hoy todo lo acontecido fuera pasajero como si nada realmente importara y así lograr escupir este puto añugo que violenta mi estómago sintiéndome mierda.

Joder, no vea cómo desgasta esto de ensayo y error, ensayo y error, ensayo y error y error y error y error…

[039]

Últimamente, con cierta asiduidad, me obligo a recordar la historia de los dieciséis supervivientes de la tragedia de los Andes; no tanto por aquello de que el famoso lema del ‘no aguanto más’ es una gran mentira porque cuando uno realmente no aguanta más es cuando muere sino por aquello que más impacto me ocasionó al leer en su día la totalidad de los testimonios que abreviaban la máxima dureza de lo vivido en lo que les supuso comprobar cómo les habían dado por muertos, les habían llorado el duelo pero aún así la vida, lejos de echar el freno, continuó sin ellos.

Y aún así, inepta de mí, acostumbro a que todo me parezca ilimitado.

[038]

A medida que apuro el deshojar de mi natalicio, casi sin empeño, rehuso la veteranía impregnada de lamentaciones, resentimientos o recriminaciones que murieron en algún desconocido lugar a medio camino entre mis entrañas y el olvido porque nunca, jamás, pensé en mí misma bregando silente con la única salvedad de ocuparme de mi persona en el esfuerzo de ser más libre día a día.

Quizás por ello, siempre hállome tranquila.

[037]

Qué de bueno hay en arrastrarte hasta el rebajamiento de los confines de tu temple de manera deliberada con afilados requiebros golpeando donde más te duele, estrujando vilmente sin clemencia tus debilidades en busca de una provocación para apaciguar esta rabia desvelada de lo que entiendo que de mí desprecias y el verbo que manejo se pervierte en malsana querencia.

Dime, qué de bueno hay en esto.

[036]

Anoto mis anodinas ideas como buenamente me las arreglo armándolas con talante torpe y ganso, sin embargo, el apoteósico delirio por ingeniar que atropelladamente me domina no me deja un minuto de descanso.

Y a veces, es tan cruel dotándome de un extenuado saber que siempre seré un extraño sin hogar, sin esperanza. Siempre un vagabundo, un poco enamorado de mi propia soledad.

[035]

Hasta arrullar al coñazo podría ergotizar el móvil que me incitó a conculcar la normativa básica reguladora correspondiente exponiendo mi vida en ello al adentrarme en el mercado negro de las armas sin licencia para blindarme hasta las trancas con una pistola de puño retráctil. Pero tan solo declararé que mi paciencia me abandonó hecha migas así que anden con cuidado ya que mi persona está armada y cabe subrayar que es veterana ducha en su empleo.

Advertidos quedan y el que avisa no es felón.