alfayate

Cuenta la leyenda que en inusitadas ocasiones en el tiempo, calibrada la belleza del firmamento en el precio instante que el crepúsculo acaricia su cota más baja tornándose grana encarnado, la sopladura del céfiro descubre en la linde adonde se aúnan el cielo y la tierra un desconocido intransitable sendero hacia un lugar escogido y elegido para sentir el todo y la nada en un simple instante.

En el tránsito de dicho sendero se puede distinguir el ulular ingrávido del viento estremecerse de por medio del raído papel moldeado en innumerables molinillos que franquean una etérea morada asentada allende se amarran uno a uno los más desarraigados luceros.

Dicha morada es presidida por una exclusiva saleta cuyos descomunales cuatro diques se visten con ilimitados diminutos casilleros de opacas traviesas custodiada al completo por el singular antediluviano alfayate maestro costurero en remendar médulas desnudas de deseo oportunamente deterioradas, estropeadas, rasgadas, fracturadas o reventadas.

Atestigua todo aquel depositario de tal afección que en el éxito de acceder a la recóndita saleta jamás ninguna audiencia logró atisbar al milagroso zurcidor. Mas después de consignar el deshabitado desierto soportado en uno de los compartimentos correspondiente, de manera inminente, el aliento del calor se acomodó en lo más insondable de su ser al amparo de una reciente incondicional estrella.

2 comentarios en “alfayate

  1. Esta y la anterior entrada me recuerdan a un personaje que hace tiempo conocí, corredor de fondo, obstinado en desdibujar las miradas y llevar a cabo todos los noes. Empeño tenaz en su apuesta por ser, lejos de la confortable temperatura de estufa.

    Llevaba la cuenta de los te quiero que adeuda para un día cantarlos en la canción más bonita.

    La última vez que le vi ensayaba la mirada más dura de Eastwood… la clavaba…Cati, qué miedo.

    1. Estoy convencidísima que más pronto que tarde se reencontrarán. En tal caso, hágale saber de mi parte, que se deje de ensayar miradas de tipo duro para foguearse más en posibilitar el sentir la vasta pasión que aún atesora porque me fascinará asistir a tal perfección. ¡Ah! y que le quiero una jartá miarma.

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